“No estar ahí”, una reseña sobre el tomo 004 de Trámite

Por Juanki Buenrostro

Hace cuatro semanas me contagié de Covid. Creí haberme hecho un refugio infalible de alcohol y cubrebocas. Pero éste me falló. Todxs decimos que entendemos esta enfermedad, pero es falso. No es cierto, mentimos para buscar seguridad, hemos de engañarnos para presumirnos una certeza que nadie en el mundo tiene. Creemos que afrontar esta situación será fácil, o eso creía mi familia. Ese pensamiento se esfumó cuando mi papá empezó a oxigenar en 86; oficialmente eso es hipoxia. Qué difíciles decisiones se tienen que tomar cuando alguien cercano está a punto de ser hospitalizado. Afortunadamente, ahora estamos bien; o eso se presume de lo poco que se sabe de esta cosa tan dañina e invisible.

Después del periodo de convalecencia, esas tres semanas de aislamiento total, se presume de una supuesta inmunidad temporal. Por un momento, hay un aire extraño del regreso a la normalidad que no sabemos con exactitud cuánto durará. Por azar o por destino, coincidió este periodo en mi vida con Trámite, el primer evento al cual asisto después de casi nueve meses en cuarentena. A continuación, relataré algunas impresiones críticas de mi vivencia sobre —en palabras de Miguel Loyola, codirector del encuentro— las “curadurías cruzadas” que reúnen decenas de artistas de varios espacios de la república, tales como San Miguel de Allende, Ciudad de México, Querétaro, Jalisco y Guanajuato. Cada uno de ellxs seleccionadx bajo el concepto principal de este año: “refugios”.

Es la primera vez que Trámite se hace en León; anteriormente se había realizado en su ciudad madre, Querétaro. Este conjunto de curadurías cruzadas aconteció a propósito del Festival Internacional de Arte Contemporáneo del cuatro al ocho de noviembre a través de una serie de exposiciones en distintos espacios de la ciudad. Entre ellos está la galería Jesús Gallardo, la galería María Grever y la Antigua Plaza de Gallos, la exposición más efímera de todas. Las otras dos durarán un par de meses, la tercera sólo esos cuatro días.

No considero fortuito que la temática tenga que ver con la protección. El arte como refugio y el refugio como arte son ideas que nos han perseguido desde el renacimiento, otra época plagada de peste. Pienso, “ojalá que la nuestra dure menos que la de ellos”. Al respecto, elegí algunas piezas de la exposición en la Antigua Plaza de Gallos que destacan por su realización técnica y conceptual. En primera instancia, la exposición estaba organizada en las salas de este antiguo recinto, lo que generaba una suerte de atmósfera anacrónica; la arquitectura discorde con las piezas contemporáneas. Hay algo interesante en ver cómo esa disonancia representó retos para lxs artistas, para resolver sus obras, así como las museografías a las cuales habrían de estar sujetas.

Por ejemplo, lxs participantes de Obra Negra fueron bastante inventivxs al solucionar cómo mostrar los gestos artísticos en la obra “Nueva sucursal”. Básicamente, organizaron las piezas, las cuales eran objetos intervenidos, de forma que fueran reminiscencias de Telas Parisina. Había pinturas, bordados, intervenciones al lápiz, entre otros. No se podía colgar nada más en las paredes y qué mejor forma de cambiar la manera usual de exhibir una pintura. “Hay un paso de lo bidimensional a lo volumétrico”, me comentó Cosa Rapozo, integrante de Obra Negra. La pequeña sala se convirtió en el resguardo de un montón de pedestales con tela colocados verticalmente. De acuerdo con las palabras de Gabriel Lengeling, también miembro del colectivo, “la pieza se completaba cuando el espectador tocaba la tela, podías tomarla y verla. Incluso, si querías podrías haber comprado un cuarto de obra de arte”. Es interesante apreciar cómo Obra Negra coloca cuestionamientos relevantes sobre el coleccionismo, la unicidad de la pieza e incluso el resguardo de la misma.

Sería insulso pensar que un retablo del siglo XVIII pudiese ser cortado y vendido por fragmentos; los especialistas en conservación, tan preocupados por el refugio de la materialidad del arte, simplemente no lo permitirían. “Sí, señora, puede hacer un bonito mantel con ese bordado”, fue la respuesta de Langeling a una asistente de la exposición. Lxs dos reímos de pensar qué haría un crítico de arte con media obra y estoy seguro que no sería ni la mitad de interesante de lo que haría esa mujer.

Por otro lado, una de las piezas más populares y comentada en redes sociales es la famosa “Gotera”, del colectivo Qué estará bueno de Aguascalientes. El mecanismo del acontecimiento es simple: un toldo es colocado en medio de una sala de tonos ocres y beige, hay una bolsa grande de hule encima de éste y de la cual cae una ínfima cantidad de agua en una de olla de peltre. Todo el proceso es grabado y transmitido en una pequeña cámara. Cuando vi la pieza, pensé que me estaban tomando el pelo.


Sin embargo, mi opinión cambió rotundamente al hablar con Antulio Arroyo y Frida Rentería, miembros del colectivo. De acuerdo con Rentería, la idea surge de plantear cómo el peligro existe incluso en los resguardos más primigenios. Una suerte de fetiche bien documentado sobre lo absurdo de estar expuestxs en cada momento. Si quisiéramos ser pomposos sería la metáfora de la espada de Dámocles, pero en concomitancia con Rentería, el mecanismo es más sencillo. “Señora, quítese de ahí que se va a mojar”, pensamos ambas al imaginar un escenario en el que nos agarra el agua mientras vamos por las verduras al mandado.

Es una solución técnica sencilla porque la idea es igual de simple; no eran necesarios materiales más ostentosos, en parte por las limitantes del espacio; la plaza es un espacio protegido y no se le toca ni un pelo. Si hubo algo de espontaneidad en el suceso de la gota cayendo, éste se pierde por los mecanismos por los cuales está sujeta la pieza. Lxs artistas han hecho un acto repetitivo hasta volverse cansino; le libera, idealmente, algo de peligrosidad al agua. La “Gotera” justo habla sobre ese proceso en el cual se suele minimizar importancia a un agente nocivo si éste acontece reiteradamente. ¿No obstante, acostumbrarnos a los riesgos le resta su resultado perjudicial? No lo sé, vi mucha gente ese día y vi aún más sin cubrebocas.

Otro artista que supo entender muy bien lo que implicaba el refugio fue este enfant terrible con una labia sorprendente: Enrique López Llamas. Como suele ser en su producción, su obra tiende a ser entre irónica y graciosa; te hace preguntarte si no se estaba pasando de listo. Sobre obra llamada “La pieza disponible”, en primera instancia era una gran puerta azul con un timbre. En un inicio pensé que estaba Enrique por ahí; antes de entrar escuché su voz. Empero, hubo sorpresa. Tú tocabas el pequeño artefacto y Enrique te explicaba que se encontraba actualmente en su estudio de Ciudad de México. De acuerdo con él, es una acción que habla de la disponibilidad digital a la cual ahora todxs nos subordinamos. Él estaría siempre para ti, obligado a tener una conversación contigo a través del dispositivo llamado Ring, fabricado por Amazon, mientras pisabas un tapete con la frase “Toda forma es una imposición de sentido” en tipografías de empresas digitales. En una entrevista posterior, López Llamas me explicó: “En términos de refugio, no hay mejor refugio que no estar ahí.” Lo acepto, entendió perfecto el concepto del evento.

Finalmente, está la pieza del colectivo Taller 30 llamada Anemocorde, palabra proveniente del francés anemocord que significa “instrumento de teclado, en el cual
las cuerdas sonaban por medio de una corriente de aire que las golpeaba”. El ejercicio
artístico encaja con esta definición. El espectador entra a una sala obscura con un cello en medio, iluminado con luces cálidas, girando sobre su eje a la velocidad suficiente para generar un sonido envolvente. Se acompaña de dos representaciones gráficas, una en grabado y otra en fotografía. Esta nueva forma de interpretar un instrumento, me hizo sentir que estaba lejos de la Plaza de Gallos, fuera de las curadurías cruzadas. Estaba en un concierto hecho en soledad.


Desafortunadamente, no tuve la oportunidad de charlar con algún miembrx de Taller 30.
Sobreinterpretando un poco la obra, considero que hay algo muy cálido en el acto de tocar el cello de forma distinta. Suena y se siente como si te cobijara, te protegiera de algo allá afuera. Olvidé que del otro lado de la puerta sigue habiendo un enemigo que nuestros ojos no permiten acceder a su presencia, sólo la letalidad de su paso nos deja en claro que sigue existiendo y no se irá pronto. Reuní estas piezas por el diálogo que plantean: todas ponen en duda la fiabilidad de los actos de protección. Refugios hechos de lona, tela, voz y cuerdas. Me hacen pensar que no hay refugio infalible, como aquel que me hice (hicimos) de alcohol y cubrebocas. Porque aun así, en toda idea y medida de seguridad, siempre habrá una de duda.

Como parte de las actividades del tomo 004 de Trámite, aún es posible visitar las exposiciones “Malxs Artistas” y “Catarsis” en la Galería Jesús Gallardo hasta el 12 de diciembre y “No hay refugio que nos salve de nosotros mismos”en el Teatro María Grever hasta el 7 de febrero 2021.

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