De machetes, cuernos y puñales: Conversaciones en torno a “La Cornada” de Fabián Cháirez

Juan Ki Buenrostro  

La vi por primera vez hace cuatro meses. A continuación les cuento cómo ha sido desde entonces. Por una fracción de instante que se alargó por un tiempo indefinido sentí que el mundo me hacía un regalo. Como todo acto inesperado que acontece de esta manera, no pude contenerme. “Pinche jota, dramática”, seguro pensó la gente de la tortillería cuando me vieron trabando palabras, concediéndoles lágrimas, entregando mal el varo y dejando el queso y los nopales en el mostrador. Lo acepto, tienen razón.  

Corrí con mi madre y le mostré la imagen. “Mira, mami, mira ¿has visto algo tan bello?” Me miró de reojo un instante y siguió con lo suyo. “Sí, está muy bien. ¿Y mis nopales?” Me sentí ignorado un segundo o quizás una vida entera ¿por qué no puede ver lo que veo yo? A veces se me olvida que el arte no es hacer matemáticas, lo que les causa  resonancias emocionales a unos, no les mueve ni el pelo más pequeño del cuerpo a otros. Por supuesto que me iba hacer sentir de esta manera, con el título de “jota dramática” que me ha sido ungido por la familia y la colonia, incluso mucho antes de mi reconocimiento propio como homosexual, me resultó muy fácil compaginar con la pintura ¿cómo no iba a hacerlo?

La Cornada, 2020. Óleo sobre lienzo, 40x130cm,  colección particular.

En julio de este año Fabián estrenó La Cornada, un óleo de formato horizontal, de tamaño considerable. “Me gustan las cosas grandes”, me dijo Cháirez en la primera entrevista que le realicé sobre la obra. “¿Me estás albureando?”, le pregunté con una inocencia que me hace falta, reímos por un instante. Me sentía obligado a saber más  sobre esta pintura. He de confesar que ya no sé si lo entrevisto porque quiera crear  apologías -pseudo críticas de arte- en torno a su producción o porque la admiración que me inunda es obsesiva. Deseo saber qué hay en mis conmociones, entender por qué pocas obras, como las de él, hacen que me sienta como me siento. Escribo con el único fin de compartir ese instante en la tortillería. Les narro ahora por una combinación de valentía y descubrimientos. Sé que esa pieza guarda más contradicciones de la historia y el arte que resoluciones en su interior.

Hablamos dos veces sobre La Cornada. La primera fue el 29 de julio de este año, la  segunda fue unos meses más adelante, el 7 de septiembre1. Cháirez me explicó que cada vez está más cercano a sus influencias: Diego Velázquez, Joaquín de Sorolla y Saturnino Herrán. Hay una línea de consanguineidad en todos, algo de linaje que Fabián guarda en sus pinceles. Por supuesto que esta pintura de la cual escribo tiene las búsquedas gestuales de Velázquez, véase en el rostro del personaje principal; también tiene los trazos abiertos de Sorolla, como se alcanza a percibir en los barridos hechos en la tela violeta y, asimismo, posee la colorimetría de Herrán. La pintura de Fabián suele ser muy colorida, aquí sólo hay ocres, tierras y unos tonos de rojo.

1Esta entrevista está disponible de forma online. Cfr. De la otra banqueta, podcast, realizado el 7 de septiembre del 2020

En la primera entrevista, le mencioné que existe un sentimiento nuevo en esta obra, que se distingue de su producción anterior. Hay algo más biográfico en la trilogía que ha  estrenado este año: Marica, morena y poderosa, La Patria y, por supuesto, La Cornada. Al respecto me comentó: “Sí, de hecho este periodo de introspección empezó un poco antes del escándalo -esa tromba de homofobia que pasó el año pasado a propósito de La  Revolución en Bellas Artes-. Significa un reto interesante tocar cosas sensibles en mí, en especial en un nivel psicológico. Proyecto un poco sobre cosas negativas, positivas y, bueno, más cosas malas que buenas en la masculinidad. Y hablo por igual, tanto maricones como bugas. No creo pintarlas para que se vendan bien, éstas son una apuesta a…” Le interrumpo un instante, “a ti”. 

Inspecciono nuevamente la pintura. La pieza está construida de forma que un enorme toro se avasalla sobre un hombre desnudo que se encuentra sobre una tela de un tono vino, éste último personaje está atravesado por varios machetes, gesto iconográfico  proveniente de un recuerdo de Fabián. De acuerdo con Cháirez, algún día fue atacado junto a su pareja con dicha arma blanca. De regreso al arte, el toro parece que ha dado la cornada final, pero así como lastima, en un juicio mío proveniente de la inocencia que me hace falta, parece como si éste lo penetrara. Dos actos de intimidad ocurren, uno sexual y uno cercano a la muerte.  

No hay sangre, en las piezas de Fabián no he encontrado ni una gota de ésta. A pesar de esta carencia, me permito afirmar que en el universo del chiapaneco el erotismo  suele ser violento, y ésta no es la excepción. El aire de la obra huele a tierra y hierro. Estoy seguro que viene del dolo, de una de una herida que no ha cerrado, de una entrada lasciva que jamás cicatrizó. El bramido de un toro y el grito ahogado de un hombre de piel morena se retuerce en phatos, dolencias de la fuerza de la bestia que arremete sin piedad sobre éste, el cual se ve afectado por una historia de dominaciones y agresiones que sigue sin resolverse. 

La desnudez delata su vulnerabilidad, tengo miedo del torero que yace sin su traje de luces, atravesado entre machetes, cuernos y puñales. Por supuesto, aquí Fabián da un  giro hacia sí mismo. Me ha contado que cree en el proyecto de las masculinidades, esta obra es la evidencia que las has sufrido, así como las ha cuestionado. ¿Será eso que (nos) duele? ¿Pero qué (nos) duele? ¿Acaso aflige que no exista un joto en el mundo que no haya sufrido de agresiones por su sexualidad? O, por otro lado, ¿lastima que esos modos incluso existan dentro de las afectividades de la homosexualidad? “No me gustan pasivas, mujercitas como tú. Soy un hombre y me gustan los hombres”, me dijo un incógnito algún día cuando era más joven, sé que sus palabras son costumbre y no me congratulo de ser el único que las recibe.  

Ojalá nos tocara un pedazo de Padre Nuestro, pero en este purgatorio hecho de  alambres y fuerzas de hombres, parece que no hay escapatoria. Es de mi curiosidad saber cómo habría sido mi vida si la virilidad no me hubiera atravesado, si no se me hubiese sido impuesta. Perdí en este juego antes siquiera de saber cómo jugar. Veo muchas palinopsias en La Cornada, narraciones fantasmales y parecidas todas entre sí. Qué triste que lo único que tengamos en común los que somos 41 en México es ese puñal enterrado. Aunque es cierto que esa astilla ahí metida, no ha creado la misma herida.  

Qué fantasía es ser maricón pero que no se te note, ser de un apellido pomposo, tener un tono de piel agradable para presentar a la familia del otro cabrón y saberte deseado  por tu corporalidad. Por eso somos similares, pero nunca iguales. “Mucha de mi obra tiene que ver con ello. Quería ver cómo quería ser representado. (…) Enaltecer las personas morenas, racializadas y provenientes de las disidencias sexuales.”, me dice Fabián en la segunda entrevista cuando hablaba de Marica, Morena y Poderosa, aunque esa afirmación también se pueda sentir en esta pieza.  

Así como vibran esas neblinas de palinopsias, La Cornada es, también, un palimpsesto de una cultura visual amplia. Dicha pintura la entiendo como una inserción en la historia del arte, a la manera en que los renacentistas se basaban en los íconos antiguos para crear. Fabián toma una mitología y la tuerce para hacerla suya.

Leona devorando a un joven, cercano al 900-700 aC. Marfil, colección Museo Británico.

La obra se roba la estructura simbólica, así como formal, de un bajo relieve de la tradición fenicia de influencia africana encontrado en Irak, creado cercano al 900 o 700 a.C. “Me basé en una pieza que vi de una leona comiendo un cristiano. Sentí algo muy  erótico en un ser más grande que somete a alguien más pequeño”, me explica Fabián. En un inicio no entendía la razón de este cambio de deidades, quizá por ello me tomó tanto escribir lo que leen. Ahora, hace mucho sentido esta transición. No es sencillo hacer iconología de una pieza tan antigua, no existe un corpus bibliográfico que me permita poner el punto final sobre qué habla ese bajo relieve. Algunas investigadoras como Olga Tribulato en Phoenician Lions: The Funerary Stele of the Phoenician Shem/Antipatros hacen referencia a Astarté como diosa de la fertilidad y fuerza, la cual es representada a través de figuras leónidas2.  

Si es así, Fabián transforma a Astarté en un minotauro. Un símbolo cretense3 relacionado con lo fálico, viril, masculino4. Un monstruo conocido por cuidar laberintos así como por su brutalidad sexual5. Cháirez no podría identificarse con el beso robado por las fauces de Astarté. Tenía que ser una criatura que correspondería con sus pesadillas, este toro-hombre que penetra y mata al mismo tiempo.

Pablo Picasso, Minotauro  violando a una mujer, 1933,  Plumilla, tinta china y aguada sobre  papel, 47 x 62 cms., París, Museo  Picasso

Al inicio de mi investigación, tuve otra palinopsia, pensé en Picasso6cuando vi la obra, relacioné la pintura de Cháirez con sus minotauros, por ejemplo, Minoaturo violando a una mujer, esas calamidades que toman a la fuerza y contra la voluntad a sus amantes. Por perjuicio o por carencia de objetividad, veo petulancia o hasta admiración por ese ser en las obras del malagueño. En cambio, en las de Fabián, hay algo de debilidad, ya  no se celebra la violación del toro, se le sufre. Doy fe que no sólo es una coincidencia simbólica o formal que mantiene La Cornada con el grabado de Picasso, es algo  sintomático que tiene que ver con los actos de masculinidad.

Ojalá y sólo fuera el azar, pero es ingenuo de mi parte negar la cercanía de programas iconológicos así como las posiciones de las figuras en la obra del chiapaneco con la del malagueño. Algo ha cambiado, se transformó y ahora acontece ante nuestros ojos. Se pirografía en luchas simbólicas pintadas entre toros y diosas. Son nuevas visiones de algo que pensé que no podría torcerse nunca. Fabián nos enseña a repensar la historia del arte así como sentir heridas en común, con lo poco o mucho que éstas se compartan. Podría decir que, para muchos, pasa desde hace un año que unos tacones armados y un gran bigote cambiaron la vida de un chiapaneco en Bellas Artes, pero es de mi esperanza que pase justo en este instante, para ti, que espero que olvides los nopales en alguna tortillería cuando el mundo te haga un regalo. Bendito seas tú entre los hombres por presenciar este acontecimiento: el crecimiento de un artista.

Fuentes Consultadas

1Romero, P. Picasso y los minotauros, Revista de Estudios Taurinos N.º o, Sevilla,  1993, págs. 17-101

2Tribulato, O. Phoenician Lions: The Funerary Stele of the Phoenician Shem/Antipatros, Hesperia: The  Journal of the American School of Classical Studies at Athens , Vol. 82, No. 3, 2013, pp. 459-486

3, 4, 5 El minotauro es, también, un símbolo difícil de cazar. Hay vestigios más antiguos que los dispuestos por los  cretenses, por ejemplo, en Mesopotamia. Sin embargo, la relación que poseemos del minotauro con la  violencia se la debemos a Ovidio en La Metamorfosis y La vida de Teseo de Plutarco. Cfr. Romero, P.  Picasso y los minotauros, Revista de Estudios Taurinos N.º o, Sevilla, 1993, págs. 17-101

6La primera vez que realicé la entrevista a Fabián, genuinamente pensé que se había basado en los grabados  mencionados más adelante. Cháirez me explicó que no, sin embargo considero que hay algo que comparten  ambas piezas.

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