Me interesa hablar sobre el ser hija, proponer algún término para hacerlo, algo así como “la hijaedad”, aunque eso muy probablemente no tiene ningún sentido etimológico. Como todo suena mejor en plural: “las hijaedades”. Ser hijas de alguien es para cada quién una especie de moldura a través de la cual nos identificamos en y con el mundo. Ser hijas de alguien nos sujeta de mil maneras a la realidad, nos estira, nos adapta, nos limita y nos coloca. Nos señala las reglas del juego. Ser hijas de alguien nos inscribe en una narrativa, nos muestra un linaje, una historia, muchas historias.
Ser hija es ser la descendencia de una ascendencia, ¿por qué se trata de una línea que va de arriba para abajo? Ser hija es también cualquier otra cosa. Pareciera que a lo largo de la historia se ha buscado que las hijas rápidamente sean algo más. Las hijas juegan con bebés, con muñecas, aprenden a cuidar y no tanto a ser cuidadas. Las hijas son hijas de alguien, para pasar a ser esposas de alguien y madres de alguien. No es raro que en las pocas representaciones que existen de la Virgen María de niña o de joven se incluyan elementos que funcionan como advenimiento de su futuro como la madre de Dios. Pero María es también hija, así como su madre Ana es también hija.
A continuación, presento obras de arte que exploran la subjetividad de ser hija como un lugar que permite apertura y libertad, independientemente de la edad o del momento en el que una se encuentra en su vida. La hijaedad es reivindicada como el espacio para la vulnerabilidad y el constante aprendizaje, como la potencia de nuevas cosas. Desde esta dimensión (la condición de hija), las artistas sondean y se preguntan por temas como la identidad, el ser mujer, las posibilidades de relacionarse con otras mujeres, la emancipación, la no-maternidad, la maternidad, la búsqueda de desjerarquización en la familia, los cuidados de una y de los demás.
Aquellas líneas que parecían descender de un punto a otro de pronto dan giros inesperados, suben y bajan a su gusto. Dibujan espirales y escriben sus historias a través de nuevos lenguajes, sin renunciar a los códigos que les preceden, pero sí cuestionándolos. Esto pueden ser las hijaedades. Hijas e hijes somos todos.
Estos tres retratos están impresos en distintas hojas por medio de una técnica de fotografía experimental llamada “clorotipia”. Miden aproximadamente 15 x 10 cm. Nelly imprime en las hojas los retratos de su madre Gisela, el de ella misma y el de su abuela y tocaya Nelly, cuando las tres eran niñas y tenían más o menos la misma edad.
Con estos tres retratos paralelos, Nelly explora la relación con su madre y las transformaciones que esta ha sufrido a lo largo de su vida, en especial ahora que su madre ya es mayor y que los roles y dinámicas han cambiado. Al mismo tiempo, observa la relación de su madre con su abuela y la encuentra muy diferente a la que ella tiene con su mamá. La relación que su abuela pudo tener con su propia madre queda a la imaginación, lo que las tres, Nelly, Gisela y Nelly comparten, es su ser hijas.
En esta serie, la artista argentina y mexicana, explora su relación con su hermana gemela tras el suicidio de su padre. El cambio radical que se dio en sus vidas tras esta pérdida gestó entre ellas un vínculo que Sancari reconoce como un universo cifrado entre la ficción y la realidad.
Poco después del suceso, ambas escaparon en un viaje sin rumbo, real y metafórico, el cual inspecciona en su obra a partir de la idea de dos miradas, dos hijas, que experimentan una misma pérdida y se acompañan en una misma realidad.
“Penélope (2019), “Es por tu bien Juana, dijeron padre e hijo, declarándome loca” (2018) y “Casandra” (2018), son pinturas elaboradas al temple sobre tabla y forman parte de la serie “Destejidas”.
La artista retrata a mujeres de narrativas históricas y/o ficticias de Occidente, cuyos papeles son más bien secundarios y las convierte en las protagonistas de sus propias historias. Penélope en la incierta espera y la forzada soledad, Juana tirada de loca y apartada de su reino y Casandra castigada tras haber rechazado Apolo, se tratan de tres figuras cuyas agencias se vuelven aparentes desde su ser hijas. A pesar de las injusticias en las que se ven envueltas, de la Hoz las retrata dignas e incluso libres.
Es un proyecto de técnica mixta que va desde el uso de collage, archivo, fotografía, autorretrato, hasta punto de cruz, este último en colaboración con su madre. La idea del proyecto inicia cuando su madre decide dejar de pintarse las canas.
A partir de aquí, Sokol la mira y se voltea a ver a sí misma en un juego de reflejos. Las canas la llevan a pensar en sus raíces, en los cambios y/o adaptaciones de las herencias culturales y sociales, en lo que se ha perdido y en lo que se guarda y se mantiene, también en lo que se rechaza.
“…porque mi madre también es hija y también adaptó como yo lo que le sonó y cambió lo que no”.