Por Carlos Didjazaá
Conocí a Baby Solís en persona hace un par de años. Un sábado cuando coincidimos en una exposición que fue a cubrir para su empresa, la plataforma de divulgación Obras de Arte Comentadas (ODAC). Nos saludamos con naturalidad, pues llevábamos unos meses hablando por Instagram. No es muy distinta en persona, quizá, un poco más reservada.
Baby Solís en la galería Karen Huber, foto por Carlos Didjazaá, septiembre de 2024.
La primera vez que supe de su existencia fue unos meses después de que yo entrara a la universidad a estudiar Comunicación y Periodismo. Me pareció que hacía un buen trabajo difundiendo las novedades del arte contemporáneo sin resultar aburrida, y que explicaba de modo ameno sus conceptos y discusiones sin resultar condescendiente. Había cierta aura de innovación en su trabajo, fácil de entender, pero difícil de explicar.
ODAC no es un medio informativo como tal, pues su contenido va más allá de las noticias; tampoco es una página de memes, pero no les tiene aversión. Aun cuando ha asumido el título de divulgadora con entereza, su práctica parece distanciarse de la de sus colegas, pues hay una nota muy personal en todo lo que dice: un pensamiento propio, contrapuesto a la mera difusión de boletines de prensa, el cual suele ser debatido y comentado tanto por sus seguidores ajenos al gremio, como por aquellos que forman parte de él. También se distanciaba de la crítica de arte, aunque esta separación se debía más a asuntos de formato que de contenido. Es un proyecto peculiar e híbrido.
Logo de Obras de Arte Comentadas, diseñador por Baby Solís en 2017.
Ha pasado casi una década desde su fundación, y cada vez ha ido cobrando más relevancia. Pienso que ahora es un buen momento para comentarlo y explicar qué es lo que vuelve interesantes tanto a ODAC como a su fundadora.
Todo es lo que parece
ODAC comenzó sus operaciones el cinco de diciembre de 2017 a través de Facebook. En el momento en que abrió su página, la presencia del arte mexicano en redes sociales estaba dividida en dos; por un lado, estaba de moda una crítica maniquea y purista de corte demagogo, encabezada por Avelina Lésper, quien a grandes rasgos afirma que el arte contemporáneo, o más puntualmente lo que ella llama Arte V.I.P. (Video. Instalación. Performance), es un fraude. En España existía una versión depauperada del mismo discurso promovida por el pintor Antonio García Villarán, quien acuñó el término “hamparte” (hampa + arte) para referirse, básicamente, a toda la producción que no le gusta. Todavía es bastante popular en América Latina.
Ilustración por Cono de Ignorancia, 2021
Del otro lado, con más intenciones cómicas, pero un poco menos graciosos, se encontraban las páginas de memes y parodias de galerías, críticos y artistas. Destacan algunos nombres: Kurizambutto, Grabiel Orozco, Instituto Nacional de los Bellos Memes (INBM), entre otros.
No eran menos maniqueos ni menos puristas; de hecho, parecían una especie de extensión de las ideas de Lésper y criticaban las mismas cosas: la vacuidad del sistema del arte contemporáneo, la absoluta indignidad de ganar mucho dinero con poco trabajo, la estulticia —esta palabra le encanta a Lésper— de las obras; pero el tono era distinto, y sus planteamientos se encontraban bastante lejos de la solemne preocupación moral que los primeros sostenían ante la paulatina “desaparición” del arte, la técnica, el talento y la inteligencia. Esta preocupación, aunque anodina y exagerada, al menos era sincera. Al menos sostenía un proyecto: detener la presunta degradación del arte y volver, de cierto modo, a un tiempo de gloria utópico y ficticio donde el “verdadero arte" prevaleciera. En cambio, la variante memética no tenía ningún proyecto ni objetivo; si acaso un vano deseo de “incomodar” que no pocas veces derivó en acoso, o en un ejercicio simplón e infantil del bullying.
Al observar la identidad visual de ODAC, que consiste en un logo conformado por su nombre escrito varias veces en WordArt y ocasionalmente el uso de una carita feliz amarilla, uno podía pensar que estaba ante una página irónica del mismo género. Con el nombre, esta sospecha se reforzaba; finalmente surgió en la edad de oro del shitposting, un estilo de posteo y memes deliberadamente mal hecho, incoherente, aberrante, caracterizado por el poquísimo esfuerzo e ingenio que requiere para llevarlo a cabo. Su presentación, autoevidente y obvia, generaba el presentimiento de que debajo de la sobriedad manifiesta de sus publicaciones había algo más, un comentario cáustico o una burla; o que después de cierto tiempo, lo que parecía una iniciativa a favor del arte contemporáneo resultaría ser una conspiración para “hacerlo estallar desde adentro”, pero no.
En realidad, no se encontraba en ninguno de los dos bandos. De hecho, durante un buen tiempo, muy al inicio de su proyecto, Solís se dedicó a desmontar algunos de los argumentos de Lésper y Villarán observando que las críticas ramplonas, más que exhibir al “hamparte”, comprometían la credibilidad del autor que usara esos términos y esa lógica tan similar a la que condenaba al Entartete Kunst (arte degenerado). Explicó algunos lugares comunes del arte, como que sí o sí tiene que hacerle sentir algo al espectador; o que tiene que ser eterno; o que tiene que ser fácilmente entendido, o si no, no es arte, o no es bueno. También explicó la valía de muchas de esas obras, modernas o contemporáneas, normalmente vilipendiadas —su ensayo ¿Frida Kahlo está sobrevalorada? sigue siendo uno de sus mejores textos—. En sus primeros años, básicamente llevó a cabo la labor de “desradicalizar” a una facción considerable de espectadores enojados con un arte contemporáneo al que no entendían, y que por dicha incomprensión (aunque nunca le hubieran dedicado el tiempo suficiente para entenderlo), se sentían excluidos y minimizados.
¿Frida Kahlo está sobrevalorada? , video ensayo para ASCO, septiembre 9, 2019
Entonces, efectivamente: Obras De Arte Comentadas se dedica a comentar obras de arte. El nombre, pese a todo, no fue una ocurrencia; su antecedente más directo es una ponencia que impartió en 2017, la cual se llamaba Cinco obras de arte contemporáneo comentadas. En ella, se dedicó a comentar cinco obras de arte contemporáneo. Otra, del mismo año, se llamaba Seis tendencias en el arte contemporáneo. Su temática —oh, sorpresa— consistió en seis tendencias en el arte contemporáneo.
Contrario a todo pronóstico, esto no es ironía, sino su estilo: una literalidad tan evidente, tan plana, que en ocasiones resulta cómica. Sin embargo, no está bromeando. En realidad, casi no bromea. Y cuando lo hace, siente la necesidad de explicar el chiste.
Flyer de la ponencia Cinco obras de arte contemporáneo comentadas, septiembre 2017
“Trabajo dentro de un colectivo que se llama Juventud en Éxtasis”, responde en una entrevista para Indio TV en 2013 cuando aún no tenía su página, “el nombre es obviamente irónico”, aclara, “es el libro de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, de superación y autoayuda y el tono es bastante ñoño”, continúa, “los amigos con los que trabajo no tienen nada que ver con eso”, puntualiza, “se nos hace super padre que en un lugar súper serio nos presenten y digan ‘Colectivo Juventud en Éxtasis’”, prosigue, “en realidad nadie lo toma como una broma, pero nosotros sabemos que sí lo es”, admite, “se me hace super padre trabajar con ellos y que sea nuestra broma interna”.
En el momento en el que explica todo el funcionamiento de la broma interna, ésta abandona el diminuto contexto que la dota de sentido para volverse externa; entonces, para volverse inteligible ante una audiencia ajena al grupo, tiene que probar si de veras es una buena broma o no. Muchas veces, este proceso más que quitarle lo divertido al chiste, solo demuestra que en realidad nunca lo fue. También revela que, seguido, nuestra risa no proviene de la diversión, sino de algo distinto, llámese cortesía o inquina.
A pesar de todo, ODAC no existiría sin este método. No me refiero a matar al chiste, sino a despanzurrar cualquier sentido de ambigüedad o vagancia que encuentra en lo que lee, explicándolo parte por parte sin solemnidad ni afectaciones. Seria, ecuánime, fría, con un tono de voz plano, despojando de misticismo al arte para abordarlo del mismo modo en el que habla de cualquier otra cosa.
Ese es su distintivo, su orgullo, y al mismo tiempo, la principal crítica que puede hacérsele si se es un lector más refinado; en la transparente austeridad de su discurso, en su absoluta falta de artificio, en esa frontalidad tan bronca que se despliega llanamente ante el espectador, todo es lo que parece.
Eneyda (como la de Virgilio)
Su primera aparición en la prensa sucedió hace quince años, cuando apenas se había interesado en el arte de manera profesional y fue invitada al programa radiofónico Más Sabe El Diablo Por Santo de Tampico Cultural, un medio especializado en arte y cultura donde ella colaboraba. Para promocionar el programa y generar preguntas que luego formarían parte del contenido, los invitados mandaban una semblanza días antes de la transmisión para presentarse ante el público. La de Solís empieza de esta manera: “Hola, me llamo Eneyda (como la de Virgilio) Solís Serrano pero todos me dicen Baby.”
Eneyda Solís Serrano nació el once de septiembre de hace treinta y seis años en Tampico, Tamaulipas. Por ser la hija menor, se convirtió en “la baby” de la familia. “Siempre usé mi nombre, me encanta que proviene de una epopeya”, comenta en entrevista, “pero cuando estaba en la prepa y mis amigas iban a buscarme a la casa, mi mamá, o quien los recibiera, les preguntaba ‘¿Buscan a la Baby?’, y ellas también empezaron a llamarme así”. De esa manera, el mote de Baby discurrió fuera del núcleo familiar y se convirtió en su nombre de facto.
Creció en el seno de una familia dedicada al comercio. Con ello, sus padres le dieron una infancia feliz, plena, pero marcada por la diligencia estoica que ellos mismos practicaban.
Estos valores aún permean en la obra de Solís; el trabajo y la rutina son los ejes que rigen su vida. Su día empieza a las seis y media de la mañana (y sugiere que eso ya es tarde: “no sé si ubiques el club de las cinco de la mañana”, dice, en referencia al libro del coach Robin S. Sharma); después, va al gimnasio, a donde lleva un teléfono en el que solo tiene música, pues sabe que su día quedará descuadrado si empieza a ocuparse en asuntos relacionados a su empresa antes de hora —aunque de cualquier manera su mente ya está fijada en el trabajo—; tras regresar a casa, desayuna, toma una ducha y comienza su jornada. Normalmente, para ese momento ya son las diez de la mañana. Su día acaba a las nueve o diez de la noche, o después, si hay algún evento. “La cantidad de horas que trabajo es ilegal”, dice —reclama, casi— en unas stories ahora perdidas.
No son pocos los ejemplos en los que su ética laboral, o mejor dicho, su crianza, ha chocado de frente con cierta moral del gremio artístico: “¿Por qué la gente del arte es tan informal?”, se pregunta en un video del año pasado que recibió respuestas mixtas: en Facebook le escribieron un cuasi ensayo que pretendía refutar la pregunta sin realmente abordar la cuestión de fondo, y le hicieron reclamos por formar parte de las “élites” del arte. En Instagram el asunto fue más favorable: gente que sí se dedica al arte narró algunas de sus malas experiencias, aunque otro usuario le espetó “calla a los artistas cuando los mantengas”. “Más autocrítica, menos síndrome de la impostora”, al señalar la postura pasiva y victimista de este nuevo fenómeno. “A la gente que dice que no hay crítica de arte en México: genérenla ustedes. “Tener un doctorado NO te hará tener un mejor sueldo”. En este último, Solís le habla a una versión hipotética de sí misma.
A pesar de que creció sin carencias, lo hizo alejada del gremio cultural. Su familia nunca estuvo demasiado interesada en el arte —aunque esto no se tradujo en poco apoyo—. Tamaulipas tampoco ayudaba demasiado. Hasta el momento en que escribo esto, el único museo de arte del estado es el Museo de Arte Contemporáneo de Tamaulipas, que se fundó en 2002 cuando Solís tenía catorce años, y se encuentra en Matamoros a seis horas de Tampico, la ciudad donde creció. Aparte, más allá de un par de academias y una escuela de música, tampoco hay una universidad que imparta la licenciatura en Historia del Arte ni nada relacionado.
Museo de Arte Contemporáneo de Tamaulipas en Matamoros
En vista de que no podría estudiar arte en su ciudad, cursó la licenciatura en Contaduría Pública y Finanzas en el Campus Tampico del Tecnológico de Monterrey para garantizarse un futuro. “Siento que no fue una decisión que tomé muy conscientemente”, dice, “Mis papás insistieron mucho en que yo estudiara eso. Era lo que existía en mi horizonte de posibilidades: lo raro en Tampico no es estudiar contaduría, sino arte. Como ellos pudieron operar un negocio aún sin tener educación formal, entonces, su idea era: ‘si a nosotros nos fue bien sin estos conocimientos, imagínate cómo le irá a nuestra hija que sí los tendrá’. Fue su manera de dejarme algo bueno para la vida; un gesto de amor”.
No quitó el dedo del renglón, pero tampoco volvió al renglón sin cautela. En algún momento durante sus años universitarios vivió en la ciudad de Monterrey, Nuevo León. Estando ahí, tras involucrarse en distintas actividades culturales y visitar constantemente el MARCO (Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey), encontró el nicho al que quería dedicarse: no a la creación artística, sino a su exhibición.
El camino para lograrlo otra vez la llevaba fuera de Tampico, pero ahora un poco más lejos: a la Ciudad de México.
El arte de la hospitalidad
“¿Cuál consideras qué haya sido el texto fundacional en tu carrera? Uno que hayas leído y dicho ‘esto cambió todo’”, le pregunto a Solís, “Los textos de sala de esta exposición”, me responde por WhatsApp, “recuerdo mucho que sentí que había ‘entendido’ la expo. Me gusta generar esa sensación con mi trabajo: no que entendieron la obra, pero sí que se entendió el texto, el reel, o mi planteamiento”.
Libro con los textos de la exposición Duchamp, Manray, Picabia
La mayoría de los recintos donde se exhibe arte contemporáneo suelen ser hostiles para el ojo inexperto, tal como lo señaló en su momento el crítico irlandés Brian O’ Doherty en su ensayo Inside the white cube: “(en una galería) el mundo exterior no debe entrar, así que las ventanas usualmente están selladas. El techo se vuelve la fuente de luz. El piso de madera está pulido para que camines haciendo un clic clínico o alfombrado para que pises sin hacer ruido… En este contexto un cenicero de piso casi se convierte en un objeto sagrado”.
La descripción es aterradora; una cápsula de vacío desesperante, un ambiente enrarecido de silencio y nada; frente a ti, un objeto indescifrable: arte. La explicación que lo acompaña es aún más hermética que la obra. La blancura del espacio se vuelve enceguecedora; el único mensaje inteligible es este: “vete”.
Museos estilo "cubo blanco"
Ante la incomprensión la respuesta lógica es la parálisis, después, la furia: una furia de mandíbulas trabadas y ojos desorbitados, de dedos crispados en el aire y venas saltadas en el cuello: es la furia que te lleva a destruir una obra en la búsqueda de explicaciones. Es el resultado, también, de la propia inseguridad, y de un entorno que genuinamente la fomenta.
“Si quieres que alguien te escuche y considere tu punto de vista no puedes hablarle como si fuera inferior a ti, como si tú supieras algo que ella o él no sabe, ni ridiculizando su punto de vista, ni siendo agresiva, ni haciendo sentir a la persona ignorante por no manejar la misma terminología que tú”, explica Solís en la mejor ponencia que ha impartido, en un punto cuando discute el tono cruel que suelen tener no solo las discusiones en internet, sino también la conversación en torno al arte contemporáneo: “Yo creo que la divulgación también es el arte de la hospitalidad. De no hacer sentir a nadie como una intrusa, como una extraña que está llegando a un lugar en el que no es bienvenida”.
Esa plática es interesante pues fue la primera vez que Solís explicó su sistema de pensamiento de manera esquemática y ordenada. Su aspecto moral quedó al descubierto; las razones por las que lo formó también.
Después de acabar la licenciatura pasó tres años en la Ciudad de México para estudiar arte (primero una especialización en Casa Lamm; luego una maestría en el Instituto Cultural Helénico). Su vida corría tranquila e intrascendente entre Tampico y la capital sin un plan claro. Eso cambió al cursar la clase de Semiótica, cuando se encontró con un dato que la trastocó: el mexicano en general usa unas quinientas palabras en su día a día para comunicarse. Es decir, si uno escribiera en un documento de Word cada palabra que usa en un tamaño regular, tan solo llenaría una cuartilla. A eso se sumó el dato desgarrador de que la escolaridad promedio en México es de nueve años, o sea, hasta tercero de secundaria.
En ese momento la desigualdad del país dejó de ser una abstracción muda para situarse frente a ella como una cifra concreta. Se volvió consciente de lo afortunada que era al poder estudiar una licenciatura y luego una maestría —en algo que le gustaba, aparte—. Encontró una misión: “Se me metió a la cabeza la idea de que todo lo que hiciera en mi práctica profesional tenía que ser lo más accesible posible… todo lo que haga tiene que ser entendido por el mayor número de personas. Eso para mí responde a la pregunta ¿Por qué hacer divulgación?”.
Al inicio de su proyecto, ODAC se presentaba como “un medio digital de divulgación de arte … (con) un enfoque descentralizado”. Su interés por este abordaje radica en el hecho de que ella misma creció, y aún vive, en un estado lejos del centro (Tamaulipas), y aún dentro de ese estado ni siquiera está en el centro (su capital es Ciudad Victoria y Solís es de Tampico). También proviene de ese reclamo constante a la atención que recibe la capital del país, si no excesiva al menos muy superior a la del resto de los estados. Sin embargo, pronto se deshizo de esa etiqueta porque “todos empezaron a usarla”.
Primera publicación en la historia de la página, 5 de diciembre 2017
Hizo bien. Al observar concienzudamente su trabajo, uno puede argumentar que su enfoque más que descentralizado, es popular. No pasa desapercibido que el primer posteo de la página estuvo dedicado a la obra de un taxista; que el artista al que más ha apoyado es de Coacalco, un municipio del Estado de México en el cual un tercio de su población vive en la pobreza; y que buena parte de su contenido versa sobre hombres y mujeres de la clase trabajadora: colecciones de arte reunidas con poco dinero, obras hechas por los empleados del Met, obras enfocadas en el trabajo doméstico, o el deterioro físico que sufren los repartidores de Coca-Cola.
“Nos volvimos una plataforma para la difusión del arte más joven, que muchas veces ni siquiera formaba parte de los espacios independientes o alternativos”, explica Solís en su ponencia, “Esto me hizo pensar en todas las carencias que tenemos en nuestro medio. ¿Qué estamos haciendo con toda la producción que no está llegando a los museos, galerías o espacios creados por artistas?”.
Para muchos artistas, salir en ODAC todavía significa algo; en ocasiones, un primer foro. Algo que siempre resulta especial, sobre todo si no estás bien conectado.
Publicaciones de artistas emocionadas al aparecer en ODAC
Normalmente, los artistas que postea no distan mucho del perfil de sus seguidores; en su mayoría mujeres jóvenes, universitarias, dispersas por todo México, aunque concentradas en sus ciudades principales (también la siguen mucho en Chile, ni Solís sabe por qué). Según dejan ver los comentarios y mensajes que recibe, su audiencia proviene principalmente de familias de la clase media donde ellos son los primeros en dedicarse al arte y la cultura; donde les ha costado explicar el valor de su trabajo, las salidas laborales que tendrán, o si existe la posibilidad de un futuro estable. Son personas, también, a las que les ha costado trabajo adaptarse pues llegaron a un gremio endogámico y barroco, lleno de reglas invisibles, extrañas y complicadas, diseñadas por y para los grandes apellidos que lo han conformado desde siempre, como todo en el país.
Por amor al arte
“Hoy voy a hablar a favor del lucro”, dice Solís en un video reciente, “que tu proyecto busque un beneficio económico no lo pervierte, al contrario, yo creo que lo puede volver más serio y confiable. A mí el lucro… me hizo darle estructura a ODAC porque si no, hubiera sido como otro de los cientos de proyectos que solo se actualizan cada que se acuerdan, o cada que sí tienen ganas de trabajar”.
En los últimos años ha tomado una posición cada vez más abierta respecto al dinero, en parte porque el enfoque de su página ha pasado de la mera divulgación de artistas al fomento de la profesionalización del arte. Ser un profesional implica, como es bien sabido, cobrar por lo que haces. Solís profesionalizó ODAC en 2020.
Antes de comenzar su página, se dedicaba a la curaduría y el montaje de exposiciones y daba conferencias en casas de cultura y teatros de su ciudad natal. A modo de esparcimiento, compartía reflexiones sobre obras de arte y reseñas de las exposiciones a las que iba en sus redes personales; ODAC tan solo fue la formalización de esa actividad. Sus amigos le decían que hiciera una página aparte para que más gente, además de sus contactos de Facebook, leyera su trabajo. Tardaron tres años en convencerla. “Abrí la página pensando ‘si no funciona, la cierro y ya’”. Y funcionó.
Obras de Arte Comentadas siendo discutiada en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, 2019
En sus primeros años, ODAC fue una especie de hobby al que le dedicaba una cantidad de tiempo considerable y por el cual se cultivaba, adquiría compromisos y pasaba horas buscando contenido nuevo para actualizarlo. Cuando cayó en cuenta de eso, así como de su crecimiento, decidió volverlo un empleo. Era justo: si ella dedicaba tiempo a generar conocimiento, dicho tiempo debía ser remunerado. No obstante, ¿quién iba a pagar por él?
Lanzó su Patreon en febrero de 2020; por un dólar al mes podías acceder a contenido exclusivo. Al principio, las respuestas fueron positivas, finalmente el dinero siempre ha sido un tema recurrente en su página. Sus seguidores sabían cuán precaria es la situación laboral del gremio, por lo que era fácil imaginarse cierta comprensión de su parte; sin embargo, a los tres meses, en mayo, ya había largas explicaciones justificando la legitimidad de pedir dinero. En junio, tuvo que recordarles y hacerlos conscientes de que lo que hacía era trabajo, aunque solo lo mencionó ligeramente. Su principal justificación era esta: “Espero que más personas consideren suscribirse para poder seguir publicando sin que mi opinión se vea comprometida”. Una prerrogativa moral (la integridad) eclipsando estratégicamente la justa demanda por una paga.
Era el primer año de la pandemia de COVID 19, un periodo de crisis económica e incertidumbre donde verdaderamente no había fondos para casi nada. La necesidad obligó a varios artistas a poner en pausa sus carreras para dedicarse a actividades más lucrativas; otros más tuvieron que dar talleres, cursos y clases para subsistir. En general, fue una época en la que todo el gremio se vio forzado a replantearse sus ideas sobre el dinero y su relación con él. Incluso uno de los primeros cursos que impartió ODAC hablaba sobre el tema: “Arte y Capitalismo: Una relación políticamente incorrecta”. El tono seguía siendo tímido; las denuncias seguían siendo en forma de meme; los chistes eran el medio para abordar el tema. ¿Por qué es tan complicado hablar de dinero si todos lo necesitamos, y más que eso, si a todos nos gusta tenerlo?
Meme "¿Pasa o no?", octubre 26, 2021
Para agosto, cuando ODAC recibió un fondo para el COVID por parte del Patronato de Arte Contemporáneo (PAC) —“unos veinte mil pesos”, recuerda—, comenzaron a surgir comentarios llamándole “vendida”. En realidad, usó el dinero para hacer el Foro de Crítica de Arte (FOCA) y remunerar a sus participantes.
Durante los meses posteriores siguió reflexionando al respecto: “¿Vale la pena sufrir por hacer arte?”, “La idea de trabajar porque ‘nos apasiona’ es utilizada para abusar de l@s trabajador@s en campos como la medicina, el periodismo o el arte”, etcétera. En noviembre, hizo un video abordando sus fracasos profesionales en relación a una convocatoria de la que había sido rechazada, y aprovechó para abordar el asunto del apoyo que recibió: “Existe una idea de que un proyecto sin financiamiento te hace un mejor proyecto, o más puro, pero no: solo te hace un proyecto sin financiamiento”.
Primera mesa del Foro de Crítica de Arte: "La crítica de arte después de la muerte del crítico de arte.". Septiembre 1, 2020.
Hasta la fecha, no ha vuelto a solicitar otro apoyo. En cambio, en los dos años siguientes (2021 y 2022), Solís se enfocó en ofrecer más servicios que volvieran atractivo a su patronato; también consiguió a sus primeros clientes.
“Cuando crees que solamente a través de becas y mecenazgos tu proyecto puede existir, creo que te vas colocando a ti misma en una situación de inferioridad”, puntualiza en su video a favor del lucro, “no sé ustedes, pero a mí me gusta vincularme entre iguales. No que tú, institución, me validas o me legitimas, sino que yo te ofrezco algo valioso y tú me das algo acorde a cambio”. Le señalo que hay algo bastante libertario en esa línea de pensamiento en nuestro diálogo; ella lo niega rotundamente.
A fin de cuentas, como buena parte del mundillo del arte, es una mujer de izquierda; comprende y comparte muchas de las preocupaciones de su público que, en su mayoría, también sostiene esa ideología con todos los enredos de su educación política. Nunca lo ha sentido, pero sabe de ese tufillo inculpatorio que genera el propio éxito —seguido disfrazado de integridad artística—, ni de cómo las buenas intenciones son usadas en contra de las personas más nobles e idealistas (“Algunas empresas dicen ‘ponte la camiseta’ para justificar explotar a las trabajadoras. Aquí tenemos un equivalente: ‘hazlo por amor al arte’), tampoco de cómo el ímpetu por la inclusión seguido lleva al sacrificio injustificado (“Estoy a favor de hacer el arte más accesible a las personas, pero no a costa de malbaratarlo”).
Quiero volver al hecho de que una parte considerable de su audiencia consiste en estudiantes, recién egresados, y artistas emergentes a los cuales, a través de la absoluta negación de hablarles de dinero en pos de una mística de la austeridad, no se les enseña a valorar económicamente su trabajo. Lo cual también los vuelve víctimas susceptibles del abuso ejercido en su contra por el hecho de ser jóvenes y no tener experiencia.
En un post bastante polémico de hace un año, ODAC publicó esta idea: “En el arte sí hay dinero. Dedicarse al arte sí deja”. En él, básicamente compartió un pequeño reporte de su experiencia reciente en el medio: si trabajas seriamente y te acercas sin miedo a clientes potenciales, seguramente encontrarás a alguien que quiera pagar por tu trabajo. Una premisa simple —y verdadera en su caso— que no fue bien tomada por sus lectores. “La morra de obras de arte comentadas está a nada de decir que el pobre es pobre porque quiere”, dice el tweet de una seguidora desilusionada. En realidad, no es así. De hecho, en sus declaraciones está el recordatorio de una conclusión a la que grandes pensadoras (Dworkin, Woolf) ya habían llegado antes, y que se comprueba a fuerza de labor diaria: mientras haya capitalismo en el mundo, la emancipación implica necesariamente trabajar y ganar el dinero suficiente para sostenerte a ti misma y vivir sin penurias.
Si Solís habla tanto de dinero, es porque su público lo conforman en su mayoría personas que claramente lo necesitan, pero a las que no les han enseñado cómo generarlo.
Understanding Baby
Posiblemente, el post más popular de ODAC sea una reflexión breve en la que propone: “así como existe el concepto ‘masculinidad frágil’ debería existir el de ‘intelectualidad frágil’: Cuando te molesta el arte que es popular entre los grandes públicos, cuando crees que la gente que toma fotos en museos es inferior, cuando para hacer menos a un artista dices que es ‘comercial’, cuando crees que el texto es superior al video y un largo etcétera”. Sin quererlo, Solís hizo una buena síntesis de las temáticas que ha abordado en su trayectoria.
Al inicio de su proyecto, Solís insistía en desmontar los comentarios sobre el presunto elitismo del arte contemporáneo; explicaba que, aunque el arte siempre ha sido excluyente, hoy en día es infinitamente más accesible que en el Renacimiento u otras épocas idealizadas. En esa etapa le interesaba contrarrestar el argumento de que un arte obvio en su interpretación era menos elitista que la producción contemporánea, a veces cometiendo el error de presentarlo como una especie de panacea de la diversidad, cuando esto no es así. No siempre.
Baby Solís en Zona MACO 2022, obra de Melanie Mclain
A partir de 2020, la página creció considerablemente; en parte por su conversión a un empleo de tiempo completo, en parte también porque Solís comenzó a opinar con mayor firmeza sobre distintos vicios y circunstancias de su gremio: artículos mediocres y qué los volvía mediocres, el acoso que siguió al señalar la mediocridad de dicho artículo, el nudo borromeo que implica hablar sobre personas poco privilegiadas en el arte, etcétera. Siempre ha recibido malos comentarios, y ha hablado a profundidad sobre cómo la comunicación cibernética es, por default, agresiva. Sin embargo, las agresiones tomaron un sabor distinto cuando comenzó a opinar sobre la crítica de arte, y a ejercerla.
En términos generales, Solís sostiene que decir que la crítica de arte está muerta es un lugar común; que esta sigue viva, pero está disgregada por todas partes. Ya en sus primeras reflexiones al respecto sostenía que la discusión no está en si la crítica ha muerto o no, sino en cómo se distribuye actualmente; o que la presunta “muerte” de la crítica de arte más bien era la muerte de su verticalidad.
“Una de mis teorías es que, si yo tuviera una plataforma solo con mi opinión, se entendería mejor que también hago crítica de arte, lo mismo si solo hiciera ensayo”, comenta en entrevista, “pero como toda mi opinión está en videos cortos, regada por todos lados, mezclada con varias cosas, desde memes hasta entrevistas ligeras, es fácil descalificarla”.
De hecho, en un post de 2022, rozando el quinto aniversario de ODAC, Solís abordó el tema diciendo: “Esta página desarrolla de forma pública y argumentada opiniones sobre temas de actualidad, pero no hace crítica de arte. Esta página ha dado a conocer el trabajo de cientos de artistas fuera del círculo de galerías y museos de la capital del país, pero no hace crítica de arte…” el resto del post sigue esta estructura. En la descripción, ella añade: “Este proyecto no hace crítica de arte pero puede subir sin ningún problema un texto que tiene en borradores (es decir, sin pulir) y aún así, tener un valor para la audiencia”. Algunos de sus amigos no captaron que esto no era la admisión de su derrota o una reapropiación de la injuria, sino una demostración irónica —poco usual en ella— de cómo su trabajo también califica como crítica de arte.
Baby Solís en Galería Curro, obra de Melanie Mclain, 2024
No es la única con esa opinión; uno de los pocos textos en forma que se han publicado sobre su trabajo, la breve nota de 2020 “ODAC y la crítica de arte visual” del crítico y periodista Eduardo Egea, ya la reconoce como tal. Incluso cuando Egea la escribió para defender la labor del crítico “tradicional” —por así llamarle— de los “ninguneos y tergiversaciones” que presuntamente Solís hizo de ella en un video en vivo (en realidad, la persona que degradó al “morro con su libretita que luego se va a su máquina de escribir” fue el crítico Manuel Guerrero que también participó en él). Sin embargo, a pesar de calificar su trabajo como “burdo y elemental”, Egea acaba dándole luz verde al proyecto, afirmando que ODAC “tiene el potencial de re-epistemologizar al arte para ser entendido entre los jóvenes”.
Hay que darle crédito; fue el primero en reconocer la innovación de ODAC en un foro público; sin embargo, vale la pena señalar lo siguiente: toda crítica de arte escrita es visual. El ejercicio de ODAC es, en todo caso, audiovisual, y en muchas ocasiones, puro audio; no era raro que en sus videos Solís apareciera tan solo un momento en cámara para luego dirigir su celular hacia algún objeto indeterminado y hablar, pues lo importante era lo que tenía que decir, literalmente. Ella misma lo afirmaba en la bio que tenía en su Instagram en ese momento: “Prefiero hablar de arte que escribir de arte”, un resumen certero de su metodología (Otra vez: todo es lo que parece).
Este cambio en el formato es lo que originó dudas sobre su juicio y la validez de sus palabras. Ella misma lo expone en un reel reciente, al hablar sobre el momento más difícil de su carrera, justamente hace cuatro años: “Cuando no puedes ser leída dentro de una función tradicional del arte, es difícil que te entiendan o valoren. Incluso el arte que parece subversivo, al final, sigue siendo arte… Lo mismo ocurre con la investigación más vanguardista o incómoda: terminará en un ensayo, tesis doctoral o exposición; medios que llevamos más de dos siglos empleando en el mundo del arte”.
Este comentario es muy valioso, pues termina en un área que alberga todo el debate sobre la crítica de arte actual, pero que rara vez es comentado a fondo: los medios de comunicación. En otro texto donde se menciona brevemente a ODAC, la investigadora Irmgard Emmelhainz afirma que el hecho de que los jóvenes optaran por consumir el “comentario instantáneo” de su página, en vez de ensayos o ponencias, contribuía a la percepción de que no se había paliado la crisis que vive la crítica de arte. Curiosamente, Emmelhainz cita un ensayo de la crítica Teresa del Conde donde afirma que ya no había lectores de crítica, pues preferían las cápsulas televisivas. A veinte años de distancia la queja seguía dirigida más al medio que al contenido, y la conclusión continuaba siendo la misma: “la crítica está en crisis”. Una respuesta posible sería que, más bien, lo que está en crisis es la relación de la crítica con el medio escrito.
Baby Solís impartiendo una clase en el Centro Cultural Plaza Fátima, julio 2024
Al hablar de comunicación, la referencia inmediata es el libro Understanding Media del filósofo canadiense Marshall McLuhan. A grandes rasgos, su propuesta es que cada medio crea un nuevo modo de percepción, un “ambiente” imperceptible para las personas que viven inmersos en él. Ese modo de percepción sería el “mensaje” de cada medio (de ahí que diga que “el medio es el mensaje”; cada medio crea la manera en que será percibido). Todo lo que “diga” el medio —muerte al patriarcado, miércoles de frescura, en un rincón de la mancha— es su contenido, y en la mayoría de los casos, McLuhan se abstiene de comentarlo. ODAC no.
De hecho, en un post llamado “¿Es arte o contenido?”, Solís defiende que ni el contenido en redes es insulso por ser contenido, ni el arte tiene garantizada la contemplación profunda por estar en un museo (el visitante promedio dedica de quince a treinta segundos a observar cada obra que ve en una exposición, al igual que todo lo que ve en el celular. Otra vez: el medio es el mensaje).
Retomando el post de 2022 en el que Solís defiende su trabajo intelectual, uno podría argüir, entonces, que su contenido es el de la crítica de arte, especialmente en su función pedagógica de darle al espectador nuevas herramientas para analizar el arte que consume. Sus principales diferencias radican en el medio a través del que lo hace, la manera en que la vemos pensar en vivo en sus stories —un proceso que los escritores suelen hacer en privado, pues lo que venden es un texto terminado y editado por varias manos—, la diversidad y cantidad de contenido necesaria para mantener el interés en su plataforma, y en la constancia con la que tiene que subir información —diario, a diferencia de una columna semanal o una revista mensual—. Sin embargo, no todo puede ser ruptura.
Hace un mes, Solís impartió una plática sobre el panorama de la crítica de arte en México; en ella, citó una entrevista que la historiadora Gabriela Piñero le hizo al crítico argentino Claudio Iglesias, de la cual rescata esta observación: “Me encantaría que la crítica de arte perdiera cada vez más su función, uso, propósito, hasta desnudarse como lo que es: un género literario, basado en el comentario de obras, que contribuye al esplendor de géneros mayores”. Solís comenta por unos cinco minutos la cita, encantada por su rescate del oficio literario, entre otras cosas. Tómese esto como una premonición.
Baby Solís con el equipo de la galería Factoría Santa Rosa en ArtBo, 2023
Aun cuando no es la divulgadora de arte más popular de México (algunos de sus colegas tienen cuatro veces más seguidores que ella), cuenta con el distintivo de que es la única cuyas ideas son discutidas entre el gremio artístico, para bien y para mal. Muchas veces se ha quejado de que, a pesar de que se presenten como personas muy abiertas, el mundo del arte es increíblemente tradicional en sus modos de operar. También lo es en sus métodos de legitimación, y Solís no está exenta de ellos, por más innovador que sea su trabajo.
Egea señalaba en su análisis que ODAC aún no tenía un discurso sólido sobre el arte, cosa que era verdad en aquel momento. Hoy las cosas han cambiado; a lo largo de casi siete años de contenido ha pulido muchas de sus ideas hasta conformar un discurso lógico y propio; ideas válidas y brillantes, y otras tantas erróneas que valdrá la pena descartar o criticar cuando se nos revelen todas en un gran ensayo que aún nos debe. Solís es joven, y muy posiblemente se vuelva una crítica de arte imprescindible en un futuro; de momento, solo es interesante. Tomemos como ejemplo al crítico británico John Berger; “Modos de ver” comenzó siendo un programa de televisión, pero las ideas que expresó en él no se volvieron una referencia hasta que se recopilaron todas en un libro.
En el caso de Solís es difícil dilucidar cuáles son sus grandes desarrollos, pues no están ordenados de manera esquemática, y por ello, su sistema de pensamiento, aunque es ameno en su forma y novedoso en sus métodos, continúa siendo ininteligible.
Baby Solís ha marcado una pauta enorme en su innovación tecnológica a través de Obras De Arte Comentadas, y esta aportación es reconocida por otros críticos, incluso a regañadientes. Su audiencia ya la ha laureado y eso es, de alguna manera, lo principal, pues su subsistencia depende de ello. Sin embargo, aún falta una demostración, arcaica si se quiere, para obtener la legitimación definitiva ante la crítica, cuya importancia ella también reconoce, incluso a regañadientes. Quizás no tenga que cumplirla ahora, sino años después; pero es seguro que esta sucederá a través del medio predilecto de los intelectuales del arte: la escritura.