Crítica Bienal de Pintura Rufino Tamayo 2025
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Si tuviera que condensar la Bienal de Pintura del Tamayo en una palabra sería: inconsistenteperovariada. Bueno, sí, son tres palabras pegadas… ¡una hace lo que puede por ustedes, querido público lector!
Siendo justas —porque no hay otra forma honesta de hacer crítica; a menos que te hayan calumniado, ninguneado o malaondeado antes. Ahí sí, dales con la silla— podemos reconocer que la Bienal no intenta ofrecer una lectura compleja de las prácticas pictóricas contemporáneas. Más bien se plantea como un muestrario, aunque quizá debería aspirar a algo más.
Digo que es un muestrario porque exhibe las obras seleccionadas sin crear núcleos temáticos para encontrar conexiones entre las obras. No ofrece lecturas de las pinturas en conjunto, solo cédulas individuales sobre cada una. Y un muestrario, aunque respetable, útil y hasta coqueto, funciona solo hasta cierto punto. La Bienal se beneficiaría de mostrar qué vínculos hay entre las piezas porque si no, una se queda preguntando qué tienen que ver las cajas de cerillos de Circe Irasema con una obra que parece un fondo de cualquier pintura de Rufino Tamayo –me refiero a Ánima Nuda de Eduardo Mejorada–, ambas colocadas en la misma sala, a unos centímetros una de otra.
Serie Nuevos Clásicos
Circe Irasema
Ánima Nuda
Eduardo Mejorada
Aunque en algunos momentos, pareciera que intentaron hacer estas asociaciones: poner todas las obras de pequeño formato en el mismo cuarto, colocar obras que horadan el lienzo –la de Matías Solar y la de Sebastián Domínguez– en una misma sala, poner juntas obras con una gama cromática similar –Daniel Martínez y Daniela Ramírez–, pero lo hacen de una manera tímida que no logra desplegar realmente ninguna lectura de conjunto.
Encuentros y retornos I
Daniel Martínez
Hay piezas que una no creería que fueron realizadas el año pasado, pues todo su lenguaje corresponde a la pintura moderna. Pintura que, como dice el dicho, “existe y resiste”, pero ¿es contemporánea?
Esa es otra pregunta que plantea la Bienal sin que sea su decisión expresa: ¿qué son las prácticas pictóricas contemporáneas? ¿Basta con haber sido realizadas los últimos dos años? ¿O tienen que reflejar cuestionamientos que importan en la actualidad?
Las piezas que abordan temas políticos ilustran el problema. Remiten a hechos como la explosión de San Juan Ixhuatepec en 1984 o a los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa en 2014. Desde luego, la búsqueda de justicia es una lucha permanente en México. Pero también hay un repertorio amplio —y dolorosamente actualizado— de tragedias que podrían discutirse desde el arte.

La verdad histórica
Gabriel Garcilazo
Ok: una artista puede pintar, si quiere, el primer fratricidio de la historia o la Guerra de los Pasteles. Pero es la labor curatorial la que debe contextualizar por qué esas referencias dicen algo hoy, qué preguntas activan en el presente y cómo dialogan —o tensan— las preocupaciones actuales. Cuando esa articulación no aparece, las obras quedan suspendidas en el aire: son piezas políticas, sí, pero sin una brújula que las oriente hacia las urgencias de este momento.
Bueno, mejor no. No discutan estos temas si lo van a hacer desde un deber ser curatorial. ¿Vieron cómo en esta exposición la curaduría está ausente y cuando aparece es para arruinarlo? Una de las pinturas que se llevó mención honorífica, “Sin título (Jardín de las Delicias /-Transpintura)”, es descrita como que “la obra subvierte las convenciones del cubo blanco y del canon pictórico desde una utopía queer que celebra la vida, el deseo y el juego. A través de una estética exuberante y desbordante, la artista propone una transpintura: un acto pictórico que desborda límites normativos y produce un espacio donde placer y política se entrelazan en defensa de otras formas de estar en el mundo”.
Chica, ¿qué dices? ¿De qué forma un acrílico sobre tela colocado en una pared subvierte el cubo blanco? Colgar pinturas en una pared es el dispositivo expositivo más habitual de todos. Tampoco encuentro la exuberancia por ninguna parte, es un lienzo pequeño, contenido, nada se desborda ni es estridente. El fondo es rojo, sale un pene y el dedo gordo del pie izquierdo tiene pintada esta banderita y ya. Ni noto lo de apartarse del canon pictórico; al contrario, se nota la influencia de Tarsila do Amaral, el manifiesto antropófago y el cubismo. No que el arte deba ser disidente para recibir una mención honorífica, pero si intentas basar la importancia de tu obra en eso, es mejor que de verdad lo cumplas.

Sin título (Jardín de las Delicias I -Transpintura)
Laura Meza Orozco
Para su mala suerte, esta Transpintura estaba al lado de "Mirage" de Othiana Roffiel, una de las tres obras ganadoras del certamen. Una pintura preciosa, de un azul intenso que casi te llena los pulmones. No sabes si estás frente a un paisaje o a un cuerpo; lo único seguro es que, como el título anticipa, es un espejismo. La distancia entre ambas era evidente.

Vista de sala de la Bienal
Definitivamente, Mirage no es la única obra que vale la pena. Otra de las ganadoras, "La Ralla" de Javier Pélaez, está entre lo mejor que ha producido el pintor en años recientes. Y "El desfile del salvaje hacia un futuro", de Gonzalo García, es increíble: si puedes pintar una castración con tanta sutileza, puedes pintar cualquier cosa. "Fuegos Artificiales", obra con mención honorífica de Daniela Ramírez, me transporta directamente a un festival nocturno: luces, la emoción de lo inesperado, es una pintura chispeante y llena de vida. El humor tierno de “El mal que duró más de 100 años y el cuerpo que sí lo aguantó”, de Óscar Benítez, no solo está en el título, sino en el gesto infantil y encantador de pintarle una carita feliz a una nube que vuela sobre un paisaje hiperrealista. "TARGET 01" de Matías Solar, una tela satinada intervenida con calor, fascina con las texturas que crea al derretirse: una realidad líquida que se escapa de nuestras manos.

El mal que duró más de 100 años y el cuerpo que sí lo aguantó
Oscar Benítez
Hay muchas obras notables en esta Bienal, y eso es lo que realmente importa. Lo que le falta es una lectura que permita salir de la sala entendiendo qué preguntas atraviesan hoy la pintura contemporánea en México, qué inquietudes se repiten, qué estrategias se exploran. Que las piezas no estén articuladas entre sí deja la sensación de oportunidades perdidas… pero dentro de dos años habrá otra edición para verlo con claridad.

Chispa y ceniza
Franklin Collao