Edgar Solórzano: Los materiales y la memoria

Edgar Solórzano: Los materiales y la memoria

Edgar Solórzano es un artista meticuloso. Los acabados de sus obras son elegantes, incluso cuando utiliza recursos sencillos como la tela tergal, son tratados con el mayor esmero y atención al detalle.  

Su formación como arquitecto trasluce en sus piezas: Lo podemos notar en las retículas que dotan de orden a las imágenes, en su interés por ciertas cuestiones de urbanismo, en cómo domina diferentes materiales para la construcción: terrazo, plexiglás, acero, en su forma de entender el espacio.

            

                              Parte de Luz velada de varias ventanas (2022)

 

“Cuando era niño y visitaba la casa de mis tías abuelas, solía meterme entre el sillón y las cortinas de su sala. Era un espacio que no existía para los adultos, una especie de refugio”.  Esta experiencia marcaría buena parte de su arte. De él nace una reflexión sobre la memoria espacial y los lazos afectivos sostenidos con la arquitectura, muebles y objetos del pasado. En series como Luz velada de varias ventanas (2022), Arquitecturas Blandas (2022) y No Vuelve Un Eco (2024) podemos verlo.

                                        Parte de No Vuelve un Eco (2024)

 

En su historia familiar también se refleja la de la clase media mexicana. El terrazo es un material que fue especialmente popular en los años 60. Al estar compuesto por una mezcla de cemento y trozos sobrantes de mármol, es mucho más asequible que este último y es capaz de satisfacer las aspiraciones de pertenencia de esta clase social. En No Vuelve un Eco (2023), vemos un círculo de terrazo y sobre él cadenas y piedras de acrílico cortado que asemejan un candelabro: “¿qué pasaría si los candelabros fueran lluvia que nunca vimos bajar?”, se pregunta el artista. Una vez más, el material aspiracional está presente: el acrílico cortado sustituye al vidrio del que se fabrican los candelabros que sí son costosos.

 

          

                                      Parte de No Vuelve un Eco (2024)

 

Never echo back a sound  (“no vuelve un eco”) es el verso con el que cierra el poema  The House of Death (La Casa de la Muerte) de William Stanley Braithwaite (1908). En él, habla de una casa deshabitada, tan sola que ni siquiera devuelve un sonido. Para la serie que lleva este nombre, Solórzano hizo una reproducción del barandal de la residencia familiar  pero curvado, se imagina cómo sería si una casa decayera, como lo hace un ser vivo. En este caso, las barandas se han torcido y ahora tienen el aspecto del esqueleto de un animal de gran tamaño, podemos imaginar que se trata de un ballena.

 

                                        Parte de No Vuelve un Eco (2024)

 En Biznaga (2019) realiza una operación similar, hacen un símil entre una estructura de metal –los abanicos de seguridad– y un ser vivo: los cactus. Así como las biznagas crecen donde hay escasez de agua, los abanicos de seguridad surgen donde hay recursos limitados que hay que proteger. “Me gustaría realizar un jardín botánico de varias especies que se construya a partir de las herrerías de seguridad de la Ciudad de México. He notado que según la zona de la ciudad en la que se encuentran, tienen mayor o menor detalle.

 

En Polanco he visto algunos que incluso tienen motivos florales o mayores arreglos”, afirma Solórzano. Quien ha fabricado sus biznagas es Javier Orozco, herrero con el que trabajaba cuando se dedicaba a la arquitectura. Estas observaciones urbanísticas están también presentes en Paso Restringido (2022), un tapete en el que pone de relieve las contradicciones del enclave donde se encuentra Plaza Carso y los museos Jumex y Soumaya. Para el artista “es la plaza pública menos pública del país. No puedes utilizarla para mítines, pasear a tu mascota, hacer un picnic o cualquier otra función del espacio realmente público”.

 

         

                                                 Parte de Biznaga (2019) 

El dibujo y la pintura también son parte sustancial de su obra, en ambos intenta huir de la gestualidad de la mano. No existe en ellos tal cosa como la pincelada o el trazo del artista.  900 territorios (2020) es un conjunto de dibujos realizados siguiendo reglas que emulan el aprendizaje de un lenguaje. No es la expresión individual lo que destaca en ellos, sino la repetición de patrones, como si fueran planas: “No hay letras que tengan más de tres paralelas ni más de dos curvas”, señala el artista.   Una observación simple pero acertada. En sus libretas de dibujos, me muestra variaciones de letras y en efecto, la B mayúscula con 3 jorobas ya es una anomalía, una curva más la convierte en un monstruo.

 

                                            Parte de 900 territorios (2020) 

900 territorios (2020) como proyecto existe en dos etapas: masa y línea. La primera está registrada en un libro homónimo. La segunda se ha desplegado físicamente en algunos espacios expositivos, para su salida tridimensional, Solórzano ha elegido el bordado sobre lino y la escultura en acero cubierta con pintura electrostática. 

A futuro, tiene previstas otras 3 iteraciones: color, distancia y transparencia.

 

 

                                           Parte de 900 territorios (2020) 


También dentro de sus planes próximos está cursar la Maestría en Bellas Artes (MFA) en Escultura en Rhode Island School of Design (RISD). El artista partirá en unas semanas a Providence para cursarla. Cuando visité su estudio para escribir este perfil, me encontré con que estaba dejando listas algunas obras en caso de tener una exposición durante su ausencia. El tiempo es también uno de los elementos que ha aprendido a dominar como artista. Anticipar el futuro puede parecer una acción sencilla, pero evidencia una vez más la prolijidad de Solórzano, tanto en lo conceptual como en la práctica.

 

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